Escenas del capítulo anterior:
El velero PAMABE con sus 4 tripulantes, parte desde Puerto Madero con rumbo a Colonia, Uruguay. Después de desplegar las velas, el viaje transcurre sin novedad. A mitad camino, son sorprendidos por una tormenta que pone a prueba su temple y les permite conocer el sabor de las aguas del Río de la Plata. Momentos de zozobra se viven cuando desaparece el Contramaestre. Luego de la tormenta el mismo, es hallado.,(por suerte sobre la embarcación).
Vimos que una mano del Contramaestre, se agitaba (o temblaba??) detrás del marco de la puerta del baño. Lo vimos como un recién enamorado, abrazando, acariciando al inodoro (que al fin y al cabo no era muy lindo y tenía cara de O).
Como al parecer, ya no tenían nada que decirse, se puso de pie y trastabillando, acalambrado lo llevamos a cubierta, donde en poco tiempo “el agua le volvió a subir al tanque”.
Llegábamos al puerto y se aproximaba, lo que el Capitán dijo era una maniobra difícil: el atraque del velero. Por suerte (para los otros barcos) a esa hora no había muchas embarcaciones todavía. Esquivando aquí y allá nos acercamos al muelle, de piedra. Por suerte (para nosotros) logramos frenar a tiempo y terminamos atando los cabos sin problemas.
Después de este gran esfuerzo físico y mental (8,5 hs cronometradas), el cuerpo se relajó completamente y nos desplomamos sobre las literas sin decir palabra (previo acomodar la cabina y poner toda la ropa mojada a secar al sol).
El día siguiente, lo disfrutamos visitando la ciudad vieja un poco caminando y otro poco montado en uno de los tantos carritos que se ofrecen. Así pasamos por el faro, la calle de los suspiros, el puente levadizo, la muralla (lo que queda) etc.
Por la tarde, fuimos a una de las tantas playas públicas, el Contramaestre nos deleitó con un rico asado (contrabandeado al igual que la leña de algarrobo desde Argentina).
Después de observar la interesante fauna uruguaya sobre la playa, nos dirigimos hacia la Plaza de Toros.
Más tarde y vestido para la ocasión, de acuerdo a la elegancia que me caracteriza nos llegamos hasta el Hotel Sheraton Golf y Spa. Ya que nos dejaran entrar, ¡ fue un triunfo! , pero luego al ver tanto lujo, se me revolvió un poco el estómago
Al volver hacia nuestro pasajero hogar aprovechamos la ocasión para disfrutar del atardecer visto desde un barcito ubicado sobre la costanera. Es de recalcar la hospitalidad de los habitantes de esta ciudad. En todos los lugares donde estuvimos hemos recibido una excelente atención, especialmente del género femenino.
Pandió el cúnico (decía el Chapulín Colorado) cuando después de muchos intentos no lográbamos hacer arrancar el motor del barco. Nos ofrecimos bajar a empujar pero el Capitán descarto la idea de inmediato. Por suerte nos encontramos con un personaje de otro mundo, Carlos, navegante solitario desde hace unos 5 años, que por obligación se convirtió en un especialista en todo lo que se refiere a funcionamiento de un barco. Gracias a su ayuda y sus consejos, logramos hacer funcionar nuevamente el motor empacado. Luego durante la cena, nos permitió adentrarnos en su particular filosofía de vida. (merecería un capítulo aparte)
Acunados por las tranquilas aguas del puerto tuvimos una noche de plácido sueño. A la mañana siguiente volvimos a navegar. Esta vez hacia el Riachuelo a 2 horas de Colonia (nada que ver con el río del mismo nombre de Buenos Aires).
Esta vez la navegación fue muy tranquila, a pleno sol, casi aburrida ya que el mar estaba muy calmo. Nosotros, salvo uno (imagínense quién) queríamos más adrenalina.
El Capitán en un acto de audacia, decidió cedernos el mando de la embarcación. Así timoneamos, cada uno un rato, mientras el lavaba los platos y ordenaba la cabina (hecho totalmente cierto, tengo pruebas).
Ya fondeados cerca una de las orillas del río, (para no entorpecer el paso de las demás embarcaciones) cada uno se dedicó a sus actividades preferidas. El Capitán bajó a la playa a dormir la siesta. El Contramaestre y el Grumete, a pescar desde la embarcación. Los dos se entretuvieron varias horas, poniendo sucesivas carnadas, a medida que los peces se las iban comiendo. Les juro que escuche unas risitas apagadas que venían desde las aguas del río. Cuando se quedaron sin nada, frustrados decidieron guardar todo y se fueron también a la playa.
Después de este triste resultado, tuvimos que cambiar el menú programado para la cena. De pescado al horno pasamos a lata de picadillo sin escalas.
El que escribe, mientras tanto, se dedicó a hacer sebo y dormitar sobre cubierta toda la tarde hasta el anochecer. ¡¡¡ Cuanto estress!!! ¡¡¡ Tanto pensar en el trabajo y en tu mujer!!! ¡¡¡Sacrificada la vida del marinero!!!
Esa noche como no había ganas de jugar a las cartas, antes de dormir, abrimos todas las escotillas, ojos de buey, ventilaciones, etc, etc. y aprovechando, la soledad y el silencio reinante organizamos un Concurso de Ventosidades, que gano por decisión unánime el Grumete.
A la mañana siguiente emprendimos el regreso, que hicimos casi sin novedad. Salvo una pequeña lluvia, que esta vez nos encontró bien pertrechados. Podríamos considerarnos ya, casi profesionales en el arte de la navegación.
Al llegar al punto de donde habíamos partido, nos emocionó el recibimiento de la fragata Libertad y el catamarán Papa Francisco de Buquebus que hicieron sonar sus sirenas al vernos.
Ninguno pudo contener las lágrimas al pensar en el viaje realizado y saber que al día siguiente tendríamos que volver a trabajar.
FIN