Relatos inverosímiles. El ñandu injabonado

Era un día de verano, a la hora de la siesta. Allá en el campo, el calor sofocante se hacia sentir. Los perros entre jadeos, medio adormecidos estaban tirados bajo la sombra del Ford T, las cluecas soportaban estoicamente en sus puestos, el calorón, ante el peligro de perder la nidada, hasta  las urracas, amantes del sol,  en silencio aguardaban en vano una brisa refrescante entre las ramas del paraíso.  

Todos descansaban, salvo ella, a la que le quedaba corto el día para terminar con todas las tareas de la casa. Con un gran fuentón de chapa zincada  y la tabla de madera,  a fuerza de refregar y refregar se encontraba enfrascada en la ardua tarea de sacar las manchas de grasa de una pila inmensa de ropa mugrienta.

En realidad no estaba sola, la acompañaba “Charito” un joven ñandú de dos años y medio de edad, que ella se había encargado de criar desde pequeño, el día en que  los hombres lo trajeron al regresar de una cacería por la provincia de La Pampa.Nandu_D

Ella lo había alimentado y protegido como huérfano que era, del resto de los animales, especialmente los perros de la casa, que no se cansaban de provocarlo al verse desplazados de las atenciones de su dueña y de la cucha que usualmente usaban.

 

Ese día Charito caminaba alrededor de ella y la picoteaba con suavidad quizás solicitando comida o queriendo jugar. Ante la indiferencia de ella, en un momento se acerco al banquito de madera que estaba cerca de la lavandera y donde se encontraba un pequeño radio a transistores, algunos cepillos y el pan de jabón recién estrenado y en una fracción de segundo, sorpresivamente, tomo el Federal de lavar  con el pico y se lo trago.

Ella desesperada, buscando ayuda a su alrededor con la mirada, vio que se encontraba sola, ante ese trance. Sabía que si no actuaba rápido la pérdida sería doble, por un lado la muerte del animal y por otro, la pérdida del invalorable jabón que tanto costaba conseguir.

Mientras tanto el jabón comenzaba un lento descenso por el cuello del animal, que abría los ojos cada vez mas grandes al sentirse sofocado por tal extraño objeto y al tiempo que corría hacia campo abierto.  

Ella lo seguía de cerca pero no podía alcanzarlo. De pronto se detuvo en seco, quizás al faltarle el aire. Sin titubear, lo agarró por el cogote con las dos manos por debajo del resbaladizo jabón y comenzó a apretarlo con fuerza, ante el pataleo desesperado del animal que ya tenía los ojos desorbitados ante tanto esfuerzo por respirar. Poco a poco fue subiendo con sus manos por el cuello, llevando el objeto atravesado, hacia arriba hasta que finalmente logró que lo expulsara de su garganta.

Cuentan que una semana después de dicho suceso, al pobre animal cada vez que alargaba su cuello para tomar agua la  boca todavía le burbujeaba.

Agradezco especialmente la participación compulsiva de D.B.